miércoles, 3 de octubre de 2012


domingo, 5 de febrero de 2012


Cuento

La virgen del cabaret

Cuando llegan aquí directamente desde el campo les cambiamos el nombre. Emenegilda es hoy Verenice, Carlixta es Belkis, Ifigenia es Arelis, Prieta es Marisol,  Roberta es Amarilis, Lucitania es Margarita, y así. No está bien que una muchacha joven, linda, que viene a trabajar en un centro como éste, tenga un nombre tan feo como Rudescinda, que aquí se llama Leticia. Ellas viven inventando y siempre andan con un chisme y un dime y diréte, pero aquí hay orden. Algo malo es que ellas mismas después comienzan a ponerse apodos. A la pobre Belkis le decen «La peseta», a Margarita «Jorobá», a Mildred le pusieron «Lamparita», y así. ¿Lo de Leticia? ¡Eso no tiene nombre! Leticia llegó aquí desde Monte Plata y era virgen, virgencita. A ella le pusieron «La Jabá». Le sucedió en Monte Plata que un hombre se la llevó. Tenía entonces 16 años. El hombre no era ni siquiera su novio pero ella estaba harta de su mamá, que la vivía jodiendo. No sé cómo se llamaba el hombre pero ella me dijo que no era feo y tenía casa propia. El caso es que a los cinco días el hombre la devolvió porque no pudo. La mamá no la quiso recibir y entonces Leticia vino a parar a la capital, y ya en la capital comenzó a trabajar aquí, en el Cundeamor. La muchacha tenía la tota de concreto armado: ningún hombre podía penetrarla. Mire que aquí viene Geraldo el Malo, que cuando oyó que ninguno podía se la llevó una noche y por la mañana se dio por vencido porque no pudo. Eso era la bulla por donde quiera, que ningún hombre podía. Leonor trajo a un tíguere del ensanche Espaillat que era experto en cada uno de los números, amaneció con Leticia aquí mismo, en una de las habitaciones, y no pudo. La pobre muchacha pasaba muchísimo trabajo porque algunos de los hombres se encojonaban y la golpeaban. Un día vino el coronel Conrado Magarín, se la llevó a la habitación y no pudo. Por la mañana hubo que salir con Leticia para el hospital porque el coronel le dio tantos golpes que se creía que le había roto tres costillas. Don Cleto habló con un médico, el doctor Casado, para que viera lo que podía hacer con la muchacha. Leticia fue una tarde al consultorio del médico y el doctor Casado tampoco pudo. La pobre Leticia le hizo una promesa al Cristo de Bayaguana. Se fue un sábado a visitar al Cristo, que tenía fama de que hacía muchos milagros, pero no pudo.



Del libro Nos rifamos  Luisa
Ilustración de Faustino Pérez