domingo, 4 de diciembre de 2011

Crónica Literaria


La Inocencia Número Diez
El ocaso de dos laureles legendarios


Información

LAUREL m. Arbol de la familia de las lauráceas: las hojas del laurel son usadas para condimento. // Nombre de varios árboles americanos. // Fig. Corona, recompensa, victoria: cargarse de laureles. // Laurel alejandrino, arbusto de la familia de las liliáceas. // Laurel cerezo o real, el lauroceraso. // Laurel rosa, la adelfa. // Col. Laurel comino, árbol de madera incorruptible. // Fig. Dormirse en los laureles, no continuar los esfuerzos hechos para conquistar un premio.

Dos enormes árboles de laurel de Montellano, pequeña comunidad cercana a Puerto Plata, se están secando y cayendo sus ramas, lo que está causando alarma entre los habitantes.
 
Este laurel es único en toda la región. La gente de Montellano jamás ha visto esta especie fuera de los dos ejemplares plantados hace un montón de años frente a la residencia del administrador del ingenio azucarero que funciona allí.
 
Nadie en Montellano vio nacer ni crecer los dos árboles de laurel. Desde que se tiene memoria, las dos matas existen allí, del mismo tamaño, enormes, proyectando una sombra tan larga y amplia que jamás otros árboles producen.
 
Moradores de Montellano acusan al administrador del ingenio, señor Rodolfo Pérez Ávila, de ordenar a entendidos que hicieran secar los dos árboles mediante procedimientos químicos, para deshacerse de ellos porque desde su residencia no podía mirar el entorno.


Más información y preguntas
 
La gente de Montellano considera que se trata de un crimen abominable. ¿Por qué están tan indignados? ¿Por qué consideran que secar dos árboles de laurel es un crimen? ¿Por qué acusan al administrador del ingenio azucarero? ¿Cuál es, realmente, el valor que los dos árboles de laurel tienen para los habitantes del poblado de Montellano? ¿Se defiende de la acusación el administrador?
 
Para cada pregunta, hay una respuesta. La gente de Montellano acusa y demanda. ¿Se defiende el administrador, señor Rodolfo Pérez Ávila? Sí, se defiende. ¿Quién tiene la razón? ¿Qué sucede en Montellano?


Montellano

Montellano, Puerto Plata.- Joven y elegante, Rafael Leonidas Trujillo Molina monta un caballo paso fino y se pasea por las calles de esta comunidad. Año de 1931.
 
El Presidente Trujillo visitó Montellano en ese año y estuvo tan encantado con el lugar que se quedó una semana. Pernoctó en la residencia construida por los norteamericanos propietarios del Ingenio. Decenas de soldados patrullan el lugar, medida de seguridad por la presencia del Presidente de la República.
 
Los moradores están impresionados y temerosos, pero se sienten también orgullosos de que Trujillo haga la visita y decida quedarse una semana, junto al míster blanco gringo propietario del Ingenio.
 
La residencia donde se aloja Trujillo es una imponente mansión, de madera, construida sobre un pequeño cerro, único en la geografía local. Ninguno de los moradores de Montellano ha podido penetrar a ese lugar maravilloso, en esa casa decorada con los objetos más lujosos, de finos y elegantes muebles. Trujillo fue y duró una semana.
 
Desde la calle, abajo, se pueden contemplar unos escalones, de concreto, que suben hasta el elegante balcón de la residencia. Al pie de los escalones, dos enormes troncos. Se levanta la mirada y se pueden contemplar las largas y vigorosas ramas. Son los dos árboles de laurel.
 
La gente de Montellano no sabe cómo se llama el árbol. Pero eso no importa mucho, los dioses no tienen nombres primero que sus fuerzas. Debajo de esos enormes árboles se puede estar, porque ello nunca ha sido prohibido, sino lo contrario.
 
Siempre, aquellos administradores antiguos permitieron que la gente viniera a descansar debajo de los dos árboles, al pie de la mansión, sin que osara nunca alguno penetrar los jardines protegidos por una verja. Los días de semana, luego de la faena fuerte, los trabajadores buscaban la sombra de los dos árboles enormes. El domingo y otros días feriados, se podía jugar dominó, tomar aguardiente, o dormir a la sombra.
 
Las enormes ramas ocultaban el quemante sol de verano. Si acaso llovía aquel era un techo. Las gotas se escurrían hacia los lados, mientras abajo la gente podía seguir tranquilamente sentada en los bancos de madera o las sillas.
 
Más que un encanto, aquello era algo encantador. Los dos árboles fueron plantados —era lo que sabía la gente—, por los norteamericanos. Eran dos estatuas vivas. A falta de arquitectos y recursos para diseñar, frente a la residencia impresionante, las figuras de los dioses mitológicos, los dos árboles se levantaron hacia el cielo, dominando el Sol y las Aguas.
 
Así, como dioses únicos y gemelos (porque los dos árboles eran idénticos), fueron contemplados siempre por los lugareños. ¿Acaso de esos árboles hay otros en Puerto Plata y en toda la región? Ningún otro da más sombra, ningún otro tiene la virtud de parar la caída de la lluvia.
   Además, el enigma de la residencia, a la que no se puede penetrar si no se es administrador del Ingenio...


Otra historia

Llegado el actual gobierno al poder, en agosto de 1982, las nuevas autoridades del Consejo Estatal del Azúcar nombraron al señor Rodolfo Pérez Ávila administrador del Ingenio Montellano.
 
En este central había un gran desorden, no se cumplía el horario de trabajo, se trabajaba indolentemente. Pérez Ávila recibió la orden de bajar el costo de producción y decidió poner las cosas en orden. Puso controles, apresó ladrones, se presentó personalmente a cada departamento, estableció multas para los que llegaban tarde.
 
En los alrededores del ingenio había una carrera de matas de gina a cuya sombra la gente descansaba. Pérez Ávila ordenó que esas matas fueran tumbadas. Algunos tenían conucos en las cercanías, al lado de los cañaverales. Pérez Ávila prohibió tal siembra. Las matas de gina, además de que atraían a los haraganes, impedían que desde su residencia, desde la mansión impotente, el administrador pudiera contemplar lo que se desarrollaba en el Ingenio, pues la mansión queda a menos de 200 metros de la factoría.
 
El corte de las matas de gina fue denunciado en la prensa el año pasado, pues el administrador se valió sólo de su autoridad y no dio parte a la dirección de Foresta, además de que a la gente de Montellano le pareció una exageración tumbar esos árboles.
 
Nadie adora más a los árboles que la gente de los bateyes. El hombre de la finca tiene plena conciencia de lo que vale un árbol. Más conciencia que el mismo campesino. La finca cañera son enormes predios de cañaverales, sin árboles porque la sombra impidió el progreso de las matas de caña.
 
El batey, en medio de los extensos cañaverales, es un oasis, único lugar donde hay árboles y se produce sombra. Por eso la gente de Montellano condenó que el administrador ordenara tumbar las matas de gina. Eran muchos los árboles de gina y todos fueron tumbados. Fue algo indignante.
 
Pero..., ¡ah, eso fue poco, esa fue una herida pequeña! ¡Ahora ha sucedido, en diciembre y en enero, que los dos árboles grandes, los que están frente a la residencia, los dioses verdes, imponentes, únicos, han comenzado a decaer!
 
Las hojas comenzaron a secarse, las ramas comenzaron  a caer, los árboles formidables decaen. ¡Un crimen!, la gente dice eso, ¡crimen!


La gente

La gente de Montellano teme identificarse al hablar, nadie quiere dar su nombre, pero hablan y denuncian porque están indignados. Hablo con un hombre de unos 50 años:
 
¿Por qué usted acusa al administrador de secar los dos árboles?
– Porque fue él, él tumbó las matas de gina y otros árboles; aquí sólo queda una mata de anacagüita, lo único que queda, todo lo arrasa.

«Pero si él tumbó las matas de gina podía tumbar las de laurel, sin necesidad de secarlas, ¿no cree usted?», es la otra pregunta.
–Lo que pasa es que le llamaron la atención por lo de las matas de gina, y como no podía tumbar las dos matas del frente de la casa, mandó a secarlas.

Dice este hombre que «cuando quieren joder una mata, como no la pueden tumbar porque está prohibido, la barrenan, le hacen un hoyo y le meten yerbicida; eso la envenena».

Agrega:
–La inyectan, le meten yerbicida. ¿Usted quiere secar una mata y no quiere que lo jodan? La inyecta. Le hace un barreno, inclinado hacia bajo, le echa yerbicida, le pone un tapón y lo deja ahí. Se seca.
 
Este hombre, visiblemente acongojado, asegura que ese fue el procedimiento que se utilizó para acabar con los árboles de laurel. Se pregunta por qué no se secó una, sino las dos al mismo tiempo.

–Teníamos eso como una reliquía, el palo más viejo que pudiera haber aquí se llamaba ese, junto a la anacagüita que todavía queda -dice.
 
Un hombre de 70 años, fuerte todavía habla:
–Mister Guimbol fue quien trajo esa mata aquí. Nadie la ha podido reproducir; hemos sembrado una semilla que echa, pero no nace. También vivía ahí el mister Quilbor. Matar esa matas es el daño más grande que se le pueda haber hecho a Montellano, todo el mundo ha criticado eso.

En una herrería, un hombre joven, atlético, de unos 30 años, comenta el suceso de los árboles de laurel:
–Eso es un crimen. Esos árboles no echaban raíces hacia arriba, como la almendra. Era como la jabilla, que echa una raíz hacia abajo, como rábano.
–Mire usted -dice otro-, esa casa estaba preparada con toda clase de muebles, con toda clase de lujo, pero ya no, se han llevado todo; ahora cuando viene un administrador nuevo tiene que traer su mudanza, ahí no queda nada.

A todo esto, hay que saber qué dice el administrador, el señor Rodolfo Pérez Ávila. El reportero llegó frente a la mansión, debajo de la sombra que todavía, secándose, proyectan los árboles. Un vigilante anuncia al administrador que un periodista «de la capital» quiere hablar con él.

Abren la puerta de hierro, pero no subo los escalones de concreto porque el administrador está en el patio y se me conduce hacia ese lugar por un callejón. El administrador está en pantalones cortos, viendo unos puercos que cría. Saludo y me presento. Me invita a subir a una terraza protegida con tela metálica, contra los mosquitos.
 
Le explico al administrador el motivo de mi visita, la acusación que le hace el pueblo.
 
He aquí la declaración que me ofreció el administrador Pérez Ávila:
 
«Es cuestión de vejez. No hay ninguna razón fundamental para tratar de secar dos árboles como esos, que sirven de embellecimiento de esta casa y que tienen alrededor de un siglo.

«Por el contrario, nosotros trajimos técnicos especializados de Playa Dorada (un proyecto turístico de Puerto Plata) y esos agrónomos junto con los de aquí les dieron un tratamiento especial. Se les hizo un relleno especial, porque tenían las raíces afuera. No obstante, siguen secándose los árboles; es que los mismos tienen alrededor de un siglo y creo que es cuestión de vejez.
 
«Son árboles que tienen ya demasiado tiempo y como es natural las raíces estaban afuera y eso los afectó. No hay ninguna razón para que nosotros tratemos de secar dos árboles como esos que son de tanta importancia para esta residencia. Los técnicos que trabajaron dicen que no hay ninguna posibilidad de que puedan subsistir, que es asunto ya de vejez.
 
«Esa especie de laurel lo trajeron aquí los americanos que compraron los ingenios. De esos árboles hay en Consuelo, en Porvenir, en Santa Fe, en la mayoría de los ingenios.
 
«Esta residencia tiene un gran valor histórico. Fue utilizada por Trujillo, que pernoctaba aquí. Mister Kilbor, aquel famoso americano que era dueño de los cuatro ingenios del Este también fue dueño de éste. Esta residencia tiene un valor histórico incalculable».
 
Con esa declaración del Administrador del ingenio Montellano concluía el reportaje. Di las gracias al señor Pérez Ávila y me retiré. Alguna gente de Montellano refutó la versión del administrador; nadie le cree, pero, ¿acaso los árboles no mueren de viejos?
 
En la carretera de Montellano a Puerto Plata, antes de llegar a la ciudad, está el proyecto Playa Dorada, una inversión millonaria del gobierno dominicano.
 
Tuve la oportunidad de conversar con el jefe de los técnicos del proyecto Playa Dorada, agrónomo Geraldo Tejada. Le pregunté sobre el asunto de los árboles y el trabajo que hicieron los técnicos bajo su dirección, según el Administrador Pérez Ávila. Me ofreció la siguiente declaración:
 
«En ningún momento se nos ha acercado ese Administrador para buscar asesoría o ayuda: para eso ellos tienen en ese ingenio bastantes agrónomos, nosotros no hemos acudido a ese lugar.
 
«Indiscutiblemente, para el equilibrio ecológico esos árboles tienen un valor incalculable. Usted me ha preguntado si intencionalmente se pueden secar esos árboles. Pues sí, con productos químicos se pueden secar.
 
«Si se han secado en tan corto tiempo es motivo de duda y preocupación. Si es algo que se ha producido de manera fortuita, es una gran pérdida; si ha sido adrede, es un crimen».
 
En el automóvil en que regresaba de Puerto Plata, venía pensando en los dos árboles de laurel, en la mansión imponente, en las ramas secándose y cayendo, y en una vieja locomotora que, por inservible, es exhibida como objeto antiguo, casi frente a la residencia del administrador.
 
Todavía a la vieja locomotora se le ve el nombre, pintado con letras blancas:
   
La Inocencia No. 10



Periódico El Sol
1983


Del libro «Muérdago. Crónicas Literarias»
Ilustración de Faustino Pérez